El mundo no tiene pobres

 El mundo no tiene pobres,

tienen hambre del abrazo

de besos en la infancia,

de miradas,

de tolerancia,

de igualdad,

de tortilla con sal


la comida, se hará comida al amar.


María Cayo





Poeta

 Poeta


Cuando escarbas la tierra,

se te enfrían las manos, empolvado

hablas y hablas y hablas contigo

entre epitafios cotidianos


Pareces animal, alebrije

reptil de lengua larga, niño de sol

empleado, herido de las fauces

ave de rapiña, colibrí azul

sin alas ni patas.


eres uno más de los ningunos

te desvives antes de morir

ofuscado de la certeza diaria

de las cosas menos verdes, 

contemplas el aire oscuro

de toda la belleza miserable

rufián de cuello largo, santo

escondido caracol sin concha,

demonio angelical, solemne

satisfecho comelunas, obrero

ovillo de dorados hilos, soñante

alimañero de bosque y desierto

cocodrilo de río, pez dorado

indigente y cosmopolita


Te guardas helado, álgido

palideces cuando el fuego,

matas a toda palabra rota

la sanas y recortas, colocas el collage

mientras escuchas la vida muda

sobre paredes de barro, enmohecidas

haces tu canto doliente, tu música

y miras al cielo, rezas la palabra

te sientas a la espera de otra nube

como una posibilidad de volar

como si fueras un milagro resuelto.


María Cayo






Remitente

 


Ha sido sentenciada

sin culpa a una celda oscura

al baúl de todos los silencios

ave sin trayectoria ni cielo.


Carta deshojada, fuente seca

océano baldío, flor inútil,

remitentes solitarios a la espera

de palabras sin destino...


Epístola borrada, desvanecida

la hecha a mano, artesanal

corresponsal de los hechos

río de tinta, piedras cursivas

que destejían hilos de palabras.


P.D.- Todas las cartas han muerto.



¿de qué ha servido tu muerte?


María Cayo






Las palabras


 Sin palabras

 

Algunas palabras que no dije

permanecen en mi jardín

sembradas en macetas de colores,

sin hablar ni florecer…

 

Pobres palabras nonatas,

abandonadas en el último latido,

lloran a veces a lágrima viva

y no recuerdan el motivo.

 

Las llamo y no responden,

se quedaron sin voz y sin agua

¿envejecerán este otoño,

de silencio y hojarasca?

 

Y pensar que fueron libres

cuando su hogar era mi boca,

y volaban en mi garganta

como silentes mariposas…

 

Se enfermaron de promesas

abreviadas en el tiempo,

desahuciadas, bajo tierra,

escondidas en el alma.

 

María Cayo










Disculpa

 

Ofrezco disculpas cuerpo,

por dejarte ahí dormido

por sentirme como muerto


por el cáncer del olvido


por el beso rechazado


por la putrefacta carne,


por los cuervos

por los nidos

por las alas que has perdido.


María Cayo







Escuela de trapo

 

Corroída, con pequeños agujeros,

al centro de desteñidos azules

se arrodilla la escuela pública

como niño lloriqueando, sin dulce.

Sola, sola, sola...se arrastra,

en cada punta de montaña

y en edificios de tercera clase.

Y desde la ventanilla del tren,

miramos la educación ausente,

sin ánimo, pero con propósitos,

estrategias y metas sin acciones

con los brazos adoloridos

de cargar un futuro raro

y le decimos "hola" ¿qué tal?

a nuestra escuela de trapo.



Duelo

 

Todos somos árboles confundidos,

nos plantaron sin permiso,

alguien nos donó un pedazo de tierra,

y sin un génesis claro, estamos de pie.


Distintos, como hermanos huérfanos,

fuertes y secos, verdes e ilesos

nos desviven en esta celda verdosa

Hay pinos que se deprimen y cantan,

pequeños manzanos esperan el fruto

y los agobiados, no terminan por secarse.


Somos hijos adoptivos de la lluvia

en resistencia a humanos compulsivos

que aman las torres de mil apartamentos

y surgen incendios a media noche

algunos abedules mueren, antisociales

desafiantes en suicidio colectivo.


Antes de retirar las cenizas

se descuartizan ramas y troncos

y en el velorio, las aves rezan 3 rosarios

los supervivientes a la distancia

se esconden tras la neblina en duelo

mientras se preparan los planos

"la casa de sus sueños, a su alcance"

y se construyen encima de los muertos,

sus pequeñas cuevas de vida cara.



María Cayo