Quédate

 

 

Quédate

 

Quédate todas tus noches ,

toma el café frío, la sábana

no salgas que te enfermas,

no mires a nadie, puede ser mortal

vuela en tus vacíos

 

Cierra bien la puerta

que todo mi ruido se quede afuera

mi colección de besos sonrojados

me los llevo a donde no los alcances.

 

Lástima de mi orgullo de niña

que ha llegado tarde y débil

tuve que estar triste,

para sentirme ninguna.

 

Antes de despedirme

de la única manera permisible

te mando una mirada dulce

de esas que se dicen

como las más lujuriosa

de las palabras.

 

Ya no estoy, pero estuve...

ya no estás, ni estuviste.

Poesía

 

Has llegado tarde a mi vida,

ahora reconstruyo besos que ya no hay,

los suspiros son aire ficticio,

y tengo un alfabeto falaz, también.

 

Mi musa se fue hace tiempo,

cuando estabas en no se cual lugar

no les diste oportunidad de llenarme la boca

y las manos de palabras,

 

Llegas, cuando todo se ha marchado

y es difícil encontrar el tono ideal

a un corazón abandonado y cromático.

 

 

 

 

9 mil kilómetros

 

9 mil kilómetros

 

No sé qué es un kilómetro.

Nunca medí uno.

Sé que tienen las manos vacías,

están llenos de defectos.

Cada metro es un sueño fallido

es metáfora recargada, la distancia.

 

Enorme distancia, violenta

arrebatada, caprichosa, airada.

No sabe del amor, el océano 

presagia un adiós azul, 

es una deuda con amigos,

barco cargado de recuerdos,

y los metros tonterías.

No se puede tocar una guitarra

los acordes olvidan las manos,

trova solitaria de canciones, la distancia.

 

9 mil kilómetros es mucho tiempo,

tiempo a la vuelta de la esquina

y nos hace viejos de esperanza

alimentada de supuestos la distancia.

 

Y llegan los años esperados,

como el último aliento enamorado,

con un equipaje trasnochado

sin ayeres, ni mañanas jóvenes.

 

Señora celosa es la distancia,

que se guarda los jardines añorados

y en cada centímetro del cuerpo

las medidas, salen sobrando.

 

No sé cuánto mide el tiempo,

ni la vida, ni los sueños,

pero dan vida o muerte, recuerdo

cuando la memoria se la lleva el viento.

 

María Cayo.

 


Ese hombre

 


Ese hombre

 

 

Ese hombre mira mis hombros

 me canta como la musa al poeta,

y es lejano, lento, de suave paso.

 

Todo se detiene cuando habla.

sus ojos suspiran sin pensamientos,

y hablan de historias sin decir nada.

 

Será que amaba a ese hombre,

mi sombra desmayaba de sueños

caían como cascada los silencios

y los finales continuos, eran un invento.

 

Ese hombre se encerraba a veces

en la punta de mi lengua,

quería ser dicho en todas mis leyendas,

ser cierto en mis voces de sed.

 

No sé si regresen mis hombros

a ver sus ojos posados y descalzos.

vuelo y busco, busco su vuelo

tejo de hilos brillantes una línea

que acerque a los amantes,

tan distintos, tan distantes.

 

María Cayo.

 


La diferencia

 


Diferencia entre nuestros silencios,

son los ojos...

los tuyos, pradera seca en invierno,

y los míos destinados a mirarte.

Sueño lagunas en primavera

y tu boca en mi boca

y somos paisaje: ancho bosque,

un instante de libertad,

nadamos entre palabras no dichas.

 

María  Cayo


Un hombre

 

Un hombre,

con clavel en la solapa

tocó la puerta...

una mujer

salió de casa sin sostén,

sin alma ni maquillaje,

llevaba un cuerpo para tocar

unos cigarros en la bolsa y un libro de Gelman.

también traía bajo el brazo

una moral distraída.

el naufragio los llevó a un motel

manicomio de hambrientos

que comían la noche en pedazos

en el pasillo, silencio y gemidos

un cuarto habitado con la desnudez de ambos.

Sobre vacíos existenciales,

sobre sábanas limpias, se besaban

cita a ciegas, de ciegos

mudos del corazón,

una palabra susurrada: orgasmo

y los aromas varios, desangrados

morbo mezclado con fluidos…

él

se despidió de pronto,

ella

encendió un cigarro,

abrió el libro y se puso a leer a Juan.

 

*María Cayo.

 


Mar abierto

 


Mi casa pequeña,

es barco a la deriva

y te busco en mis naufragios,

debajo de la escalera,

en la nevera,

en la azúcar asentada en mi café

¿a dónde sigo tu isla de cielo?

¿qué alas abrirán los cerrojos de esta jaula de mares?

te llevaste tu agua...

la de olas y miradas.

Varado en la sala, como piedra de sal.

 

*María Cayo

 

 


Debo irme

 


Debo irme

Debo irme

tus miradas consumidas en el cenicero.

Debo irme

te dejo la lluvia de esta tarde.

Debo irme

a dónde las horas no tengan tu aroma.

Debo irme

de mí, de ti, de ambos, de todos.

 

María  Cayo

Armario

 

Armario

 

Si pudiera colgar en mi armario todas las palabras de amor que han salido de mi boca, observarlas así, coloridas, organizadas por sueños, por ocasión y por otoños, les prendería fuego, después de oler en cada prenda, al roce de mi desnudez, las metáforas escritas en miradas.

 

*María Cayo

Sin que interrumpa tu sueño

  

Sin que interrumpa tu sueño.

 

He de decir que la vida es rara,

abre y cierra puertas, muy suavemente.

Te encierra en un jardín de bugambilias

hasta morir de la risa y luego te mira

para ponerse a llorar.

 

Conozco todos los caminos

tan verdes, verdes de campos y piedras

y de solitarias calles anochecidas.

Los caminos, son personajes tímidos,

a veces se esconden detrás de ti,

para que no los descubra, 

y seguir perdida en tus ojos...

 

La vida es un regalo exótico, desconocido,

 sus reglas las aprendes si miras al suelo

juegas y cantas y aprendes un poema

y descubres que no sabes nada.

 

Los caminos son las venas de la vida,

cuyas células parecen almas tristes

que deambulan vestidos de sangre y agua

líquidos como lágrimas dulces y amargas.

 

La vida es una señora grande y vieja,

y en su cuerpo, todos los caminos se adelgazan

para detener tu paso en la muerte.

 

María Cayo.

 

Dime

 

Dime

 

Cuéntame si la rosa ya marchitó,

si la cocina te escucha los secretos del día,

y la sombra en el pasillo,

recorre tu insomnio para asustarte.

 

Dime si los sillones tienen un hoyo

de tantas palabras que descansan contigo,

los mangos siguen verdes y te miran

confinados en el árbol y ríen.

 

Liberemos las fresas del congelador

debimos llorar por unos días ,

cuando las encerramos por largo tiempo.

 

Dime si el colibrí te cuenta de la nube

y de tu jardín visitado por la tarde.

 

La azotea te observa vigilante,

y el ansia de ver caer los techos, ha de doler,

deberías decirme si el grito te despierta

el grito que alza sus brazos en la madrugada.

 

Cuenta, dime, descríbeme si el corazón

está seguro, cuando nadie lo daña.

 

María Cayo.

 

Desconocido

 

 

Desconocido

 

Recurro cada noche

a contaminarme un poco de usted,

tengo voces que le dicen un poema

y noto en la fotografía que se sonroja...

paseo por un lado de su boca

y mi memoria lo lame.

Soy presa absoluta de mirarlo

capricho extraviado en una fantasía

es mi reverso de moneda, atrás estoy.

hagamos un pacto:

no se muera nunca y sonría para mí

seré hábil, para besarlo a distancia.

 

Rosario Cayo

 

Media naranja

 

 Media Naranja:

Nunca debí exprimirte en tanta lágrima,

jugo bendito en mi garganta de silencio

bebí todos tus amarillos, ácidos

y mira ahora, que no existes en ningún lado.

 

*María Cayo

Si yo muero

 

 

Si yo muero

 


No moriré tanto, para secar los campos,

se han de madurar  los frutos de mi boca

y caerán de tus ojos, las horas nocturnas

y quedaremos ciegos, de tanta distancia.

 

Necesito  sentir el néctar de tu alma

que hoy amarga, algunas madrugadas

he gastado mis ojos de observar el alba

y busco tu horizonte, como pez en la nada.

 

No sé cual es el siguiente paso a seguir,

si he de continuar el viaje de lamentos,

sin palabra pronunciada, sin murmullo

perdida en el naufragio, donde no estás.

 

Digo que no muero, si no es en tus brazos

con caricias ordenadas en fila, como sueño,

dibujemos las palabras que siempre te hablo

que no me mate jamás,  la larga la espera

y te encuentres un amor, hecho pedazos.

 

 

Imbecilidad

 

 

 

Imbecilidad

 

Los enamorados tienen claros propósitos:

analizar la aurora, identificar el suspiro

y el canto de los rosales medio marchitos.

Unen su incapacidad de sentir el frío,

a pesar de que la muerte los cite un verano.

 

Los amantes salen por la puerta trasera,

de sus propios escombros y aparecen

entre los brazos del otro, hasta aburrirse

esperan que pase el holocausto solitario

y extrañan la vida sin nadie, de locura a flote.

 

La falta de memoria, se agudiza en adioces,

y cansado de tanta apatía cursi y enmielada,

se dibujan el rostro en el mar de las pérdidas.

 

Depositan sus restos en olvidos mutuos,

hasta que la soledad de nuevo los fermente.

 

Las vigilias, los insomnios, las fotografías,

las garrapatas del gato, son inútiles naufragios

de argumentos cursis y palabras sobrantes

y se dicen felices, como perros abandonados

en un escaparate de croquetas coloridas,

preparando el alma, al hastío y el método

de ser menos imbéciles, una vez que soporten

las duras tormentas y construyen  falacias.

 

Llegan tarde a la cordura, se bebieron el agua

y entre ecos y murmullos de una tarde sexosa,

se asoman por los bordes de su alma podrida

en el temblor de sus manos, secas y vacías.

 

María Cayo.

 

La nada

 

La nada

 

El solemne vuelo del que huye el soñador,

la realidad tallada de pasado, de distancias,

y esparcir la noche en la nada, sin incertidumbre,

allí, donde se origina lo que no tiene nombre.

 

María Cayo.

Mirarnos

 

Mirarnos

 

Teníamos en la mirada,

un río turbulento, vivo

bajo los danzarines árboles

la tierra fértil, rodeada de niebla

en ese abandono de piedras,

escribíamos el recuerdo

y del otro lado de la noche

se originaba cierto canto suave

que crecía en la lejanía,

para ser flor, en tus pupilas.

 

 


Los árboles

 

 

 

 

Arboles

 

Los árboles, parecen muertos

sin voz, ni tiempo ni calma.

se mueven al compás del viento,

son las tumbas de los pájaros

sus ramas vacías, dibujan verdes

de un bosque que, a distancia

no fue mordido por mi voz triste.

 

María Cayo