Oda a los
sueños de viajar.
Cuando
niña, amaba soñar que viajaba,
los árboles mojados en mi jardín eran selva
y el charco de la esquina, un océano
entre
chocolates, suspiros y pobreza,
la imaginación atravesaba las nubes
para descubrir lo que había detrás,
desde el sur hacia el norte...
Soñaba sin distancias fabricadas,
la
colorida travesía de los aviones y trenes,
cargando
con mis dudas culturales,
cepillando mis felices cabellos matinales
que despertaban de tierras ilusorias y firmes.
Por la noche, acomodaba en mi mochila,
las miradas curiosas de mi ser extranjero,
compartiendo con lejanos extraños,
una lengua tan distinta a la mía...
para luego despertar y devorar el desayuno.
Mis viajes de adulto son diferentes,
el mundo es menos mío, más de otros
y la libertad de tránsito no me sirve de nada,
porque he dejado de cerrar mis ojos en la azotea...
En mis inviernos y noches oscuras,
me quedo sedentaria sin mirar a la ventana,
sueño que el mundo es mi habitación,
y mi almohada, triste frontera.
¡Brindo por mis viajes que no hice!
y lloro por los sueños de niña,
que no volverán a ser eternos.
María Cayo.
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