Vino un poema y no tenía agua
ni pan que regalarle,
pero le invité una silla
y una parte de la almohada.
Ofrecía a cambio una metáfora
(un poco cara, por cierto)
no me importa saber el secreto
cuando el mar es mar,
la tarde es tarde, la manzana es fruta.
Y convivimos un tiempo,
con un lenguaje figurado
de los hai-kús solitarios
hasta que se quedó en silencio.
María Cayo